lunes, 30 de diciembre de 2013

ADAPTACIÓN DEL CUENTO “Piel de asno”

Cuando el Rey se enteró de que la Reina estaba embarazada, sintió que, por fin, el mundo era un lugar perfecto. Su esposa, la Reina, era bella y amable, callada y discreta, y le amaba y honraba como al más sabio y bueno de los hombres. Además, en su reino todo era prosperidad: la guerra que, durante siglos, les había enfrentado contra el reino vecino, no era más que un fantasma olvidado y lejano; las cosechas eran generosas y abundantes y sus súbditos no tenían quejas ni reproches que hacerle, y no temían más que a la inevitable muerte que, tarde o temprano, a todos llega, igualando a ricos y a pobres, a reyes y a labradores.
Sin embargo, esta dicha no duró mucho, porque nueve meses después, y tras un parto largo y complicado, la Reina murió. “Ha perdido mucha sangre”, dijeron los médicos; “Estás cosas pasan…”, añadieron. “Pero no a mí”, pensó el Rey. “No a mí”. Entonces, cuando las matronas quisieron mostrarle a la recién nacida, su hija, que había sobrevivido al parto y a su madre, el Rey apartó la mirada y le dio la espalda a su pequeña heredera.
Inmediatamente, el apesadumbrado Rey se alejó de ella y se encerró en sus habitaciones. Y, durante semanas, apenas comió o durmió.  Dejó también de ocuparse de los asuntos del reino: se olvidó de asistir al salón del trono, dejó de interesarse por las penas de sus súbditos y descuidó las relaciones con los estados vecinos.
Así, y como no podía ser de otro modo, la prosperidad de su reino muy pronto no fue más que un borroso recuerdo del pasado: las cosechas dejaron de ser generosas y abundantes, los súbditos comenzaron a ver a su Rey como a un déspota frío e indolente y el fantasma de la guerra se atrincheró tras las fronteras que les separaban del reino vecino. Y, si el mundo seguía siendo un lugar perfecto, debía ser que habían dejado de formar parte de él.
Y, mientras todo esto sucedía, la niña, la pequeña Princesa, fue creciendo. Gracias a la leche y a los cuidados de las amas de cría, su blanca piel se fue sonrosando, sus miembros adquirieron fuerza y energía y, poco tiempo después, pudieron oírse ya sus correteos y sus juegos, quebrando el silencio sepulcral que tapizaba las paredes frías y los largos pasillos del palacio.
El tiempo fue pasando. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años. El Rey, a pesar de que su tristeza se había vuelto lúgubre y se había adueñado por completo de su corazón, no tuvo más remedio que regresar al salón del trono a ocuparse de los asuntos del reino, pues los ejércitos cada vez más numerosos de su enemigo acechaban tras los bosques y las montañas.
¿Y la Princesa…? También por ella pasaron los días, y las semanas, y los meses, y los años. Y en todo ese tiempo permaneció alejada de su padre, que no veía en ella más que un recordatorio cruel y doloroso de la muerte de su esposa. Sin embargo, el paso del tiempo fue generoso con la Princesa, pues esos días, semanas, meses y años la fueron convirtiendo en una muchacha joven y bella. Todos los que contemplaban su rostro, su figura y sus ademanes, veían en ellos el rostro, la figura y los ademanes de su madre muerta. Y todos los que habían conocido a la desaparecida reina no dudaban en admitir que la muchacha era, si cabe, aún más bella de lo que había sido su madre.
Un día, después de decidir sobre esto o aquello, de discutir con sus consejeros sobre el número de caballeros necesarios, o sobre la impedimenta de los arcabuceros, o sobre el calibre de los nuevos cañones, el Rey estaba dando un largo y solitario paseo por las murallas del palacio. Entonces, al doblar una esquina, una turbadora visión fantasmal apareció ante sus cansados ojos. Allí, delante de él, vestida con un sencillo vestido de terciopelo verde, estaba su mujer, la Reina. Más joven que cuando murió, incluso más bella aún de lo que él recordaba. Pero no podía haber duda: los ojos eran sus ojos, el cabello era su cabello, la nariz era su nariz, y los labios eran sus labios.
“Amada mía”, dijo él, casi en un susurro.
“Padre”, respondió ella.
Entonces el Rey salió bruscamente del encantamiento en el que se encontraba inmerso. Aquella joven no era su Reina. Aquella era, sin duda, su hija. La Princesa. Así que, con el ánimo turbado y los pasos rápidos, corrió hacia sus aposentos, a encerrarse en ellos durante tres días y tres noches, sin comer, ni beber, ni dormir apenas.
Sin embargo, pasados esos tres días y esas tres noches, el Rey se decidió a salir de su encierro. Y lo primero que hizo al hacerlo fue ir al otro extremo del palacio, a las pequeñas y alejadas habitaciones en las que había ordenado alojar a su hija.
De un golpe abrió la puerta. La Princesa cosía junto a la ventana, acompañada de la vieja nodriza. Su bello rostro estaba bañado por la suave luz del ocaso, por lo que su perfil recordaba más al de un ángel que al de una simple y mortal muchacha.
El Rey, al contemplarla, no pudo reprimir las lágrimas. Y así, sin mediar palabra, a grandes zancadas cruzó los pocos metros que los separaban y, sin dejar de llorar, estrechó a su hija entre sus cansados brazos.
Desde ese día todo fue distinto en el palacio. El Rey, como la Princesa no quería abandonar sus pequeñas habitaciones, por las que sentía un gran apego, ocupó un pequeño cuarto contiguo. No era más que un destartalado y polvoriento escobero, en el que hizo instalar una cama, una silla y un pequeño lavamanos.
“Nunca más estará lejos de mí”, repetía a todos como única explicación a sus nuevas costumbres.
Así, desde ese día, desayunó cada mañana con la Princesa, almorzó con la Princesa, merendó con la Princesa y cenó con la Princesa. La acompañó en sus largas sesiones de costura, en sus paseos por el bosque cercano, y permaneció cada noche junto a su lecho hasta que la insistencia del sueño le hubo cerrado los párpados. Y ella, pues era tan bella por fuera como por dentro, ni una sola vez dijo ni sintió nada que le recordase a su padre los largos años de lejanía y abandono.
“Nunca más estará lejos de mí”, repetía el Rey, una y otra vez.
Y de este modo pasaron de nuevo los días, y las semanas, y los meses y los años.
La Princesa era cada día más bella; sin embargo, según su belleza aumentaba, también lo hacía su desazón. Quería a su padre; pero teniéndolo siempre tan cerca, tan encima de ella, sentía que le faltaba el aire. En sus sueños, tanto en los de estar dormida como en los de estar despierta, se imagina marchándose, alejándose para siempre de aquel palacio, del reino y, sobre todo, de su padre. Y cuando esto soñaba se sentía como la más desagradecida y despreciable de las hijas.
A pesar de ello, una mañana cualquiera, mientras desayunaban, y tras contemplar en reverencial silencio como un petirrojo que se había posado en el alfeizar de la ventana levantaba el vuelo y se alejaba, perdiéndose entre las nubes, la Princesa dijo a su padre:
“Quiero irme del palacio”.
El rostro del Rey pasó de la sorpresa al enojo en tan solo un instante, y del enojo al pánico en otro, y del pánico a la tristeza en aún menos tiempo.
“¿Quieres que vivamos en el campo?”, preguntó con la voz temblorosa.
“Quiero irme”, dijo ella. “Yo sola”, añadió.
El Rey sintió un dolor casi tan agudo como el que la muerte de su esposa había causado en su corazón enamorado.
“Nunca”, dijo él. Primero con la voz ronca y apagada. “Jamás”, exclamó después, levantándose bruscamente de la mesa y marchándose a sus antiguos aposentos. Y, como ya sucediera en más de una ocasión, en ellos permaneció durante un tiempo, bebiendo poco, comiendo menos y durmiendo nada.
Cuando el Rey salió de su reclusión, ordenó a todos los guardias, a todos los sirvientes, a todas las doncellas y a todos los mozos que había en el palacio que vigilaran a la Princesa día y noche y que no permitieran, bajo ningún concepto, que saliera de él.
Además, y pues bien sabía el Rey que con miel y caricias se consiguen más fidelidades que con correas y palos, decidió también enviar a sus más fieles criados en busca de los más bellos, delicados y exquisitos presentes que se pudieran encontrar en el mundo, para con ellos agasajar a su hija y así, tal vez, borrar de su mente las ansias de volar lejos de su paternal regazo.
De este modo, una tarde cualquiera, el Rey hizo llamar a su hija al salón del trono. Allí delante de todos, le entregó los cuatro regalos más bellos, delicados y exquisitos que se habían podido encontrar en el mundo: un vestido tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y un tercero tan brillante como las estrellas. Además también le entregó el abrigo más extraño, suave y maravilloso que jamás ojos humanos hubiesen visto. Era un abrigo hecho con toda clase de pieles.
La Princesa aceptó los presentes, besó a su padre y regresó en silencio a sus habitaciones. Y esa misma noche, cuando todos dormían, cubierta bajo el cálido manto de su abrigo hecho de toda clase de pieles, camuflada tras sus colores pardos, grises, azulados, negros y castaños, escapó del palacio. Corrió toda la noche, y cuando no pudo más caminó, y cuando no pudo más se arrastró como un animal perseguido. Perdió los zapatos en el fango, su vestido de terciopelo verde se hizo jirones; pero su abrigo nuevo, aquel abrigo hecho de toda clase de pieles, permaneció intacto y logró mantenerla seca y caliente.
Cuando llegó el día, en el palacio se dio la voz de alarma. Veloces corceles salieron en todas direcciones. Los más avezados cazadores y rastreadores recorrieron cada palmo del reino; pero de la Princesa no encontraron ni el menor de los rastros. Y no fueron más allá del bosque ni de las montañas porque, tras ellas, les esperaban los feroces e implacables ejércitos del reino enemigo.
Sin embargo la Princesa sí que se aventuró a cruzar aquel bosque y aquellas montañas. Y, al hacerlo, irremediablemente fue a caer en manos de los enemigos de su padre.
“¿Quién eres tú?”, quisieron saber los tres rudos y mal encarados soldados que dieron con ella.
“No soy nadie”, respondió la asustada y agotada Princesa. “Tan solo una huérfana, sin padre ni madre”.
Ellos, admirados por el magnífico abrigo que la cubría, ocultando de ella todo menos sus manos arañadas y sus sucios y doloridos pies, decidieron hacer suyo aquel manto digno de reyes que, de ningún modo, podía pertenecer a una huérfana solitaria y andrajosa como aquella. Bajaron de sus monturas y, poco a poco, fueron rodeándola; pero, al intentar arrebatarle el abrigo, quedó al descubierto su rostro. Y al contemplarlo, tan triste y asustado, y a la vez tan estremecedoramente bello, se sintieron como niños pequeños reprobados por la mirada insostenible de una madre. Así que, devolviéndole el abrigo, y con las voces temblorosas y los modales apocados, la subieron a una yegua grande y mansa y la condujeron al cuartel del Príncipe, que acampaba a pocas leguas de allí.
En cuanto el Príncipe la tuvo ante sus ojos sintió que una profunda herida se abría en su pecho. Era el amor que se hacía hueco, que ocupaba su corazón como un conquistador victorioso.
“¿Quién eres?”, preguntó el Príncipe turbado.
“No soy nadie”, respondió ella, sin levantar la vista del suelo, pues no era más que una doncella y no sabía tratar con soldados y, mucho menos, si estos eran los enemigos de su reino y de su padre.
“Lo eres todo”, dijo entonces él, guiado por las palabras que el amor desbocado susurraba a su oído.
Al escucharlo, la Princesa no pudo reprimirse y alzó la cabeza para contemplar los labios que habían pronunciado esas palabras.
En cuanto sus ojos se encontraron con los del Príncipe también en su pecho se abrió una herida.
“¿Quién eres?”, preguntó entonces ella.
“Soy tu Príncipe”, respondió él.
“Yo soy tu Princesa”, dijo ella.
Y, aunque parezca cosa de chanza, aquel mismo día, bajo aquella tienda de lona y ante aquellos testigos rudos y mal encarados, el Príncipe y la Princesa se casaron. Y su amor fue tan grande que a él no le quedaron ya ganas de hacer la guerra, ni de seguir enfrentado al reino vecino. Muy al contrario, y sin que su Princesa lo supiera, decidió organizar en su honor un baile de bodas como el que no les había dado tiempo a tener. Y a ese baile invitó a, por supuesto, al Rey que había sido su enemigo y a todos sus más fieles vasallos y consejeros.
Sin embargo, antes incluso de que las invitaciones pudieran ser enviadas, llegaron noticias de que los ejércitos del reino vecino, con el mismo Rey a la cabeza, habían cruzado las fronteras y se acercaban a la capital, sediento de venganza y de sangre.
El Príncipe, que ya no albergaba en su corazón ni las ganas ni el ánimo necesarios para la batalla, decidió salir a su encuentro, a convencer al viejo Rey de que, a pesar de tantos años de disputas y luchas, había llegado el tiempo de la paz y de la reconciliación. Pero, a pesar de las banderas blancas y de los emisarios que anunciaban la tregua, las tropas invasoras atacaron y apresaron al Príncipe.
Cubierto de cadenas lo llevaron ante el Rey, que le esperaba montado en un enorme corcel blanco, sujetando en sus manos la espada larga y afilada que siempre había pertenecido a su familia.
“Vosotros habéis matado a mi hija, así que ahora yo he de hacértelo pagar”, bramó el viejo monarca, blandiendo el acero sobre su cabeza.
“¿A vuestra hija?”, preguntó extrañado en Príncipe.
“Así es”, dijo el Rey. “Su rastro nos condujo hasta vuestro campamento.  Encontramos sus zapatos, y los jirones ensangrentados de sus ropas”.
“Yo no sé nada de ninguna muchacha muerta…”
“Mientes”, exclamó el Rey bajando de su caballo y alzando la espada. Y cuando el afilado mandoble se disponía a separar la cabeza del cuerpo del Príncipe, un grito desgarrador lo detuvo en seco.
“No lo hagas”, gritó una voz de muchacha.
“Padre, no lo hagas”.
Al oír aquella voz, la mano no fue capaz de sujetar la espada, que cayó al suelo, a los pies de su dueño.
“¿Hija? ¿Hija mía?”.
“Soy yo, padre, mi Rey. Soy tu Princesa”, dijo ella, abriéndose paso entre las tropas. “Y él es mi Príncipe”.
Durante unos largos segundos el Rey enmudeció. Y finalmente, sin decir palabra, corrió a abrazar a su hija, a la que había creído muerta. Tan muerta como lo estaba su esposa. Su reina. Entonces, acercándose al Príncipe, lo tomó de los hombros y lo abrazó también. Enseguida la Princesa se unió a ellos, fundiéndose los tres en el más hondo, profundo y sentido de los abrazos.
Y así, con ese abrazo, terminó para siempre la guerra entre los dos viejos enemigos que, nueve meses después, se unieron en uno solo, al nacer de la unión de la Princesa y el Príncipe, en un parto corto, sencillo y sin la menor de las complicaciones, un precioso bebé que, en un futuro, sería conocido como el Rey y Señor de los dos reinos.
Y, ¿qué fue de la Princesa? Pues la Princesa visitaba regularmente a su padre el Rey, que también la visitaba regularmente a ella, fundamentalmente para malcriar al pequeño heredero. Además, en cuanto sentía que sus ojos marchaban detrás de los vuelos de algún pájaro, o tras la carrera de un cervatillo, la Princesa se cubría con su abrigo hecho de toda clase de pieles y recorría los bosques, las montañas y los campos de los dos reinos, llenándose los pulmones del aire y el alma de la libertad que le eran tan vitales y necesarias.

FIN

Considero que esta adaptación es adecuada para niños a partir de nueve años, a pesar de que pueda encontrarse en ella vocabulario que podrían desconocer los lectores de dicha edad. Este hecho, en lugar de representar un problema, me parece enriquecedor, además de por la mera adquisición de riqueza léxica, por la posible utilización y manejo de los recursos necesarios para dicha adquisición (diccionarios tanto en papel como digitales y on-line).
He considerado omitir el interés incestuoso del Rey por su hija, ya que creo no es adecuado para la edad a la que iría dirigida la adaptación, además de que, por otra parte, me parece que no aporta ningún valor real a la narración (me refiero a valores literarios).
Lo que sí me ha parecido necesario ha sido variar el final, y hacer partícipe al padre del mismo, ya que, de este modo, la narración “se cierra”, convirtiendo cada elemento de la misma en parte de un todo, mientras que en el original, por el contrario, el todo estaba formado por dos partes que no presentaban conexión alguna a excepción del personaje que protagoniza ambas. En este sentido, el cuanto original se me antojaba más como dos aventuras consecutivas que le sucedían a un mismo personaje pero que, si bien si estaban relacionadas, no formaban una unidad narrativa.  




sábado, 28 de diciembre de 2013

ACTIVIDADES DE ANIMACIÓN LECTORA:
“PALABRAS DE CARAMELO”

 


TÍTULO: PALABRAS DE CARAMELO
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2002
EDITORIAL: ANAYA (COLECCIÓN SOPA DE LIBROS)
AUTOR: GONZALO MOURE
ILUSTRADOR: FERNANDO MARTÍN GODOY
IDIOMA ORIGINAL: CASTELLANO
EDAD RECOMENDADA: TERCER CICLO DE EDUCACIÓN PRIMARIA


ACTIVIDADES PREVIAS A LA LECTURA

Como primer acercamiento a la obra escogida, se propondrían las siguientes actividades previas a la lectura de la misma:

-En primer lugar, se mostraría a los lectores el título del libro (“Palabras de Caramelo”) y se les pediría una pequeña reflexión personal por escrito (no más de media página) acerca de cual  creen ellos que puede ser el argumento.
Posteriormente se pondrían estas reflexiones en común en el aula para, inmediatamente después, mostrarles la cubierta del libro. A partir de aquí, se procedería a un pequeño coloquio en el que los niños expresen sus nuevas ideas y percepciones acerca del argumento de la obra.
Una vez que se ha podido acercar al lector al posible tema del libro, sería interesante realizar una contextualización inicial, para poder así comprender mejor la lectura, entender la situación real de los personajes y ser capaz de abarcar en su conjunto la naturaleza del texto.

Para ello, se propondrían diferentes distintas actividades:

-Actividades relacionadas con el contexto: El pueblo saharaui y los campos de refugiados.

Se propondría inicialmente el visionado de un video en el que se introduciría de forma breve a la realidad del pueblo saharaui (http://youtu.be/8SaQEwdABpU). Como ampliación, se podría promover el estudio, tanto en pequeño grupo como a nivel individual, de la historia, las costumbres, la cultura y la realidad, tanto socio-económica como política, del pueblo saharaui, así como de las especiales relaciones con España y los españoles. Toda la información recogida sería puesta en común y plasmada en un mural colectivo. Después, se propondría el visionado de un documental más completo que complete la información recopilada (http://youtu.be/5XGPD6CWEOs) Además, si fuera posible, se buscaría el contacto y el intercambio de ideas y opiniones de "primera mano", mediante el encuentro con algún representante del pueblo saharahui residente en nuestro país, o con algún miembro perteneciente a asociaciones de amigos del pueblo saharaui.

ACTIVIDADES SIMULTÁNEAS A LA LECTURA

Para agilizar la lectura, motivar el interés por la misma y enriquecer el proceso lector, se realizarían pequeños coloquios posteriores a las diferentes lecturas parciales, en los que se pediría a los niños la puesta en común de sus impresiones acerca de lo leído, los sentimientos inferidos y el planteamiento de hipótesis sobre la continuación de la trama.
En lugar de los trillados resúmenes previos, se propondría la realización de un “diario del lector”, en el que se expresarían los sentimientos y las opiniones propias de cada niño.
Estos diarios servirían para las argumentaciones de los coloquios y, al finalizar la lectura, se realizaría, plasmando los sentimientos y opiniones más destacables, una especie de “banderín de lectura” (al modo de los banderines de plegarias budistas) que se colgaría en la clase.

ACTIVIDADES POSTERIORES A LA LECTURA

Una vez concluida la lectura, y además de la realización de la actividad de “banderines de lectura” anteriormente descrita, se nos abren dos frentes distintos desde los que plantear actividades complementarias:

-Actividades relacionadas con la sordera.

Se propondría una actividad en la que los alumnos intentaran acercarse a la realidad de la discapacidad auditiva. Para ello sería interesante una experiencia directa de lo que significa la sordera en primera persona. Se formarían parejas, en las que uno de los miembros actuase de emisor de mensajes orales y otro sería un receptor con discapacidad auditiva (mediante tapones en los oídos o auriculares). El emisor tendría que intentar conseguir que el receptor discapacitado realizase una acción concreta (de niveles de dificultad variados, para que su realización resultase desde sencilla hasta imposible y, por lo tanto, frustrante). Lógicamente, esta actividad sería "reversible" y, posteriormente, los emisores se convertirían en receptores y viceversa. Para finalizar, se procedería a realizar un pequeño debate en el que se pusieran en común las experiencias y los sentimientos generados en relación a las mismas. Todo ello concluiría con la realización de una reflexión personal por escrito.

-Actividades relacionadas con la relación Kori-Caramelo (niño-animal).


Nos centraremos ahora en la parte más emotiva de esta historia. Para ello, trataremos de acercar a los alumnos la especial relación que se crea entre los dos protagonistas mediante un ejercicio de imaginación y creación. Se propondrá la siguiente actividad: Cada niño recibiría en un papel "solo para sus ojos" el nombre de un animal, del que deberá estudiar sus costumbres y hábitos de vida, y escribirá después un poema, puesto en boca de dicho animal, en el que se refleje su naturaleza. Posteriormente se realizará un juego, en el que cada niño leerá su poema en público, sin decir de qué animal se trata, y el resto de la clase deberá adivinarlo.



“PALABRAS DE CARAMELO”

FICHA TÉCNICA

 


TÍTULO: PALABRAS DE CARAMELO
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2002
EDITORIAL: ANAYA (COLECCIÓN SOPA DE LIBROS)
AUTOR: GONZALO MOURE
ILUSTRADOR: FERNANDO MARTÍN GODOY
IDIOMA ORIGINAL: CASTELLANO



AUTOR

Gonzalo Moure
Nacido en Valencia en 1951. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.
Trabajó como periodista entre 1973 y 1989, fundamentalmente en radio, aunque también en prensa, prensa especializada en música popular, televisión (como guionista) y publicidad (como creativo). Dejó el periodismo siendo director de una emisora de radio.



 




Escribe desde 1989, y su primer libro publicado fue “Geranium”, en 1991 (Alfaguara).
Además de escribir, imparte charlas en bibliotecas, clubes de lectura, colegios e institutos, e interviene en diversos congresos de Literatura Infantil y Juvenil en España y fuera de ella.
Actualmente vive en Asturias, aunque habitualmente pasa largas temporadas en Smara (campamentos saharauis en el desierto argelino).


Bibliografía:

PREMIOS
¡A la mierda la bicicleta! Madrid, Alfaguara, 1993. Premio Jaén. SM (Gran Angular, 2007)
Lili, Libertad, Madrid, SM, 1996. Premio el Barco de Vapor 1995
El bostezo del puma, Madrid, Alfaguara, 1999. Premio Jaén
Yo, que maté de melancolía al pirata Francis Drake, Madrid, Senderos de la historia, Anaya, 2001. Alianza Editorial, 2005, Premio de la Crítica de Asturias
Maíto Panduro, Madrid, Edelvives, 2001, Premio Ala Delta, finalista Premio Nacional de Literatura.
El síndrome de Mozart Gran Angular, SM, 2003. Premio Gran Angular.
El Bosque de hoja caduca, Anaya-El Corte Inglés, III Premio de Literatura Infantil Ámbito Cultural. 2006
OTROS LIBROS EDITADOS
Geranium, Madrid, Alfaguara, 1991, Alianza Editorial, 2004 (Lista de honor del IBBY)
El alimento de los dioses, Madrid, Bruño, 1994 (Lista de honor del IBBY)
Nacho Chichones, Madrid, SM, 1997
Tomi en las nubes, Madrid, Tutor, 1998
Un loto en la nieve, Barcelona, Ediciones del Bronce, 1998
El beso del Sáhara, Madrid, Alfaguara, 1998, SM (Gran Angular) 2008
Los caballos de mi tío, Madrid, Anaya, 1999
El oso que leía niños, Madrid, SM, 2000
El vencejo que quiso tocar el suelo, León, Everest, Pájaros de cuento, 2000
Palabras de Caramelo, Madrid, Anaya, 2002
La rara amistad del tío Jonás, Álbum, una historia gráfica de Alicia Cañas con texto de G.M. Madrid, SM, el Barco de Vapor, 2002
Daños colaterales (El ojo vago y el general). Libro colectivo contra la guerra, en Lengua de Trapo).
El movimiento continuo. Salvat-Bruño, 2002, SM el Barco de Vapor, 2007
Los gigantes de la luna. Edelvives- Ala Delta, 2003
Ladrón de poesías (Con varios autores, dentro del libro Cuentos azules, SM, Barco de Vapor, 2003)
Un libro vivo (Con varios autores, dentro del libro 100 sopas, Anaya, 2004)
La Zancada del Deyar (Viaje a la Tierra de los Hombres del Libro en el Sáhara Occidental), ElCobre ediciones, 2004
Fuga del horizonte (Institución Alfons el Magnànim, Valencia, 2004) Disponible en red gratuitamente.
El mejor amigo del perro. Ilustraciones de Pablo Amargo. Los Piratas de SM, 2006
El Remoto Decimal, SM, Gran Angular, Los Libros de Gonzalo, 2007
La Noche del Risón Anaya (Leer y pensar) y Ed. Xerais, 2007
Soy un caballo, ilustraciones de Esperanza León, Kalandraka 2007
Tuva Edelvives, Alandar, 2007
Los chupadores de ojos. Textos literarios y contextos escolares (Graó, 2008) Autores: Carlos Lomas, Bernardo Atxaga, Gustavo Bombin, Agustín Fernández Paz, Guadalupe Jover, Luis Landero, Víctor Moreno, Gonzalo Moure, Berta Piñán, Juan Mata, Manuel Rivas
A Porta de Mayo, con Tina Blanco Ediciois Xerais, 2008
Cama y Cuento, ilustraciones de Lucía Serrano, Madrid, Anaya 2010
El hombre que entraba por la ventana (Un fado vagabundo), ilustraciones de Gabriel Pacheco, SM, 2010
Esta, la vida, (Escrito a cuatro manos con Mónica Rodríguez), Edelvives, colección Alandar, 2012





ILUSTRADOR

Fernando Martín Godoy

Nacido en Zaragoza en 1975.
Licenciado en Bellas Artes, por la Universidad Complutense de Madrid, 2001.
Además de como ilustrador de libros infantiles, trabaja regularmente con varias galerías de arte y participa en exposiciones colectivas, certámenes y encuentros en España y en el extranjero.


 

Además de “Palabras de caramelo”, también ha ilustrado otras obras del autor, como “El vencejo que quiso tocar el suelo”, “Los caballos de mi tío” o “Maíto Panduro”.


SINOPSIS

Kori es un niño sordo de ocho años, que vive en Smara, un campamento de refugiados saharauis, en el desierto Argelino. Su único amigo es un camello llamado Caramelo, al que cree entender por el movimiento de los labios. A través de esta relación, y como consecuencia de la misma, el niño aprenderá a leer, escribir y a relacionarse con el mundo que le rodea. Un mundo que, finalmente, se le mostrará crudo e implacable, que tendrá que aceptar y en el que tendrá que aprender a vivir.

 




ANÁLISIS DE LA OBRA


-ASPECTO EXTERNO:

En primer lugar, centrémonos en el aspecto formal del libro: la obra se presenta en formato de bolsillo (20x13 cm), está encuadernada en rústica, consta de 80 páginas (60 de ellas dedicadas al texto y la ilustración), la cubierta está ilustrada a todo color y el interior en blanco y negro.
El tamaño del libro es adecuado para el manejo por parte del niño. Además, al no ser muy extenso, resulta ligero y cómodo. En cuanto a su aspecto exterior, diremos que es de diseño pulcro, sencillo y moderno, además de que la preponderancia del color blanco en la cubierta y en la cuarta de cubierta confieren al libro un “aire” limpio y atrayente para el niño de diez u once años.

-ILUSTRACIONES:

En cuanto a las ilustraciones, realizadas en una sola tinta (negra), acompañan adecuadamente al texto.  Reflejan con corrección todo lo que Moure refleja durante el transcurso de la narración. Como el propio texto se caracterizan por la “economía” formal y la ausencia de elementos superfluos, y el ilustrador asume en ellas la subordinación absoluta al escrito.


 



Resultan apropiadas tanto para la edad para la que van dirigidas como para el texto que representan y acompañan. Son respetuosas con la narración, aunque, en mi opinión, dichas ilustraciones tal vez no logren representar la poética sencillez que emana del texto y puedan resultar excesivamente frías o asépticas, y no lleguen a trasmitir los sentimientos de los personajes de un modo complejo y completo.

-TIPOGRAFÍA:

La tipografía es apropiada, y la relación entre la mancha del texto y el espacio libre de la página es equilibrada y elegante (en general, todo el diseño de la colección “SOPA DE LIBROS” de Anaya lo es).

-TEMA:

Tanto el tema principal del libro (la relación entre el niño y el camello) como los temas transversales (la discapacidad auditiva; la relación del niño con los adultos y el paso de su mundo de inocencia a la cruda y dura realidad; la situación de los refugiados saharauis en los campos argelinos y la propia naturaleza de la vida en el desierto) resultan apropiados y de interés, tanto para el niño como para el adulto mediador. Son todos estos temas que pueden resultar desconocidos pero que son realmente interesantes y que, sin duda, captarán la atención del lector de diez u once años, abierto al conocimiento de nuevas realidades y dispuesto a sintonizar con vivencias que le son ajenas pero con las que puede fácilmente identificarse.

-ESTRUCTURA:

En cuanto al análisis del texto en sí, que consta de nueve capítulos, decir que la estructura narrativa es lineal, sencilla y directa, presentándose  dos saltos temporales durante el transcurso de la narración (uno de apenas unos meses y otro de años). Al tratarse de una estructura puramente lineal, repartida en dos momentos diferentes y separados en el tiempo; pero relacionados y bien secuenciados, la lectura se hace fácil, clara y concisa, lo que beneficia la necesaria relación empática del lector con los personajes.

-PROTAGONISTAS:

En este caso, la sensibilidad sin artificios de Kori, el niño protagonista, resulta al lector veraz y cercana. Además, la estrecha relación afectiva con el camello, Caramelo, es un atractivo más que refuerza la empatía de los lectores con Kori.

-PERSONAJES:

El número de personajes que aparecen es reducido (dos protagonistas, tres secundarios y algunos más terciarios o coyunturales), lo que incide en la sencillez y cercanía de la obra. Los personajes no protagonistas, que son absolutamente necesarios para el desarrollo de la historia, no dejan de ser más que “acompañantes” de dicha historia. Esto no resulta ni extraño ni empobrecedor, ya que está plenamente justificado debido al especial mundo de silencio en el que vive Kori.

-VALORES Y CONTRAVALORES:

La aceptación de la discapacidad (en este caso la sordera) como una divergencia natural más que como una carencia o una barrera propiciatoria de exclusión convierten a este texto en una positiva piedra de apoyo desde la que construir en pro de la igualdad y de la aceptación y el respeto del otro.  Además, debido al exquisito tratamiento de dicha discapacidad por parte del autor, posibilitan el necesario “salto empático” desde la posición del lector a la del protagonista.

-LENGUAJE:

El lenguaje es a la vez sencillo, claro, conciso, directo, cercano, elegante y hermoso, carente de barroquismos, artificios o exageraciones. En general, la obra está presentada a través de una “economía” lingüística que, en lugar de empobrecer el resultado final, resulta discreta y delicada, tanto como un “haiku” o uno de los poemas saharauis de los que se habla en ella. De este modo, el estilo acaricia, mece y profundiza en el lector de un modo natural, sin forzarlo ni obligarle a una contextualización estilística artificiosa.


Después de este análisis pormenorizado del texto, y a la hora de buscar argumentos en pro o en contra de la recomendación de esta obra para niños de 9 a 11 años, nos remitiremos al documento publicado por Kepa Osoro (Coordinador de formación en "Casa del Lector", "Centro Internacional para la Investigación, el Desarrollo y la Innovación de la Lectura" de la "Fundación Germán Sánchez Ruipérez" en Madrid) en la web del Laboratorio de Lectura de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. En dicho artículo, expone lo siguiente:

"Al mejorar la competencia lectora, al niño y a la niña de esta edad le interesan los personajes con problemas como los suyos y las aventuras de pandillas en las que se proyecta, aunque también busca misterio, cuentos fantásticos y clásicos, biografías, deportes y juegos, pueblos lejanos, humor, animales reales o fantásticos, inventos, ciencia y experimentos para niños.

Evitar moralejas.

Acción, ambiente y caracteres vigorosos y dinámicos.

No deben dejar en el niño dudas irresolubles.

Frases no demasiado largas ni complejas.

Tipografía de tamaño intermedio.

Ilustraciones acordes al contenido del libro.


Resumen del contenido en la contracubierta."

Encontramos, ciñéndonos a estos parámetros, que no se encuentran en este libro más que elementos en pro de su recomendación a todo tipo de lectores a partir de diez años. 

Sin embargo hay una duda que se plantea a la hora de recomendar este libro:

Esta pequeña novela (por su extensión, que no por su importancia) está enfocada al tercer ciclo de Educación Primaria (a partir de 10 años). En cuanto a su reducida extensión, cabría plantearse si no sería adecuada para un menor rango de edad (2º ciclo). Sin embargo, una vez leída y analizada, nos encontramos con que la edad propuesta por la editorial resulta adecuada. La relación entre humanos y animales, las pequeñas aventuras, el descubrimiento de lugares y realidades lejanas y diferentes, la lucha y la superación del protagonista, son elementos que hacen a esta obra atractiva para el lector del tercer ciclo; aunque todo ello podría también resultar atrayente para el lector de menor edad. Sin embargo en esta obra subyace un conflicto profundo que determina el motivo de que esté recomendada para el público mayor de 10 años.  El mundo mágico e introspectivo de Kori, el niño protagonista (en el que se suman la edad y la circunstancia personal de la sordera), ha de enfrentarse con el mundo real, el de los adultos, en el que los sentimientos se ven muchas veces sometidos a las necesidades. Y esta “lucha” que se produce entre los dos mundos, cuyo vencedor es el predecible, no estaría indicada para niños menores de 10 años, que, tal vez, no serían capaces de asimilar el desenlace de la obra, ni mucho menos extraer de él las enseñanzas adecuadas. 
Además, cabe señalar también que, para que el niño sea capaz de entender completamente el contexto, tanto histórico como geográfico, en el que se desarrolla la trama, sería necesaria la labor de guía del adulto, que habría de hacer visible al lector infantil ese contexto que determina la realidad social de los personajes. De todos modos, el desconocimiento de esta realidad contextual no es determinante ni interfiere en la comprensión ni en la capacidad de apreciar literariamente la obra.