LA LITERATURA COMO METÁFORA DE LA
VIDA
En un mundo que, en muchos aspectos, resulta tan áridamente
pragmático, no podemos más que plantearnos la siguiente pregunta:
¿Para qué sirve la literatura infantil?
¿Cuál es la función de esos libros tan monos, tan llenos de
buenos sentimientos, de moralejas y enseñanzas, con sus dibujitos, sus formatos
diversos y sus cuatricromías?
Habría que hablar, en
primer lugar, de ese concepto tan intangible que es la función poética o
estética. Con la literatura el niño aprende a apreciar la belleza del lenguaje,
su musicalidad, la relación simbiótica que pueden llegar a tener unas palabras
con otras. Aprende, digamos, a jugar con la lengua, a moldearla, a cargarla de
sentimientos, de colores, de temperaturas y, en definitiva, de vida. Igualmente
está claro que los libros para niños estimulan la vista, y fomentan el
desarrollo de la imaginación (aunque sobre este tema habría mucha tela que
cortar). Además, y de un modo a veces menos obvio, sirven de vehículo a la
perpetuación de los cánones y roles de la sociedad en la que se contextualizan.
Así, hablaríamos también de una función socializadora.
Sin embargo, hay un aspecto que, en muchas ocasiones, nos
pasa desapercibido: La literatura infantil es, y de un modo mucho más profundo
y sólido de lo que podemos llegar a imaginar, un camino directo hacia la
introspección. Es, quizás, la forma más amable y cálida que tiene un niño a la
hora de construir un auto-concepto propio. Es decir, una manera de llegar a
conocerse, de comprender quién es él y cuál es su lugar en el mundo. Además, es
también a través de la literatura que el niño puede hallar respuestas a las
difíciles preguntas que su integración en grupos más grandes y “hostiles” que
la familia le plantea. En la literatura encuentra ejemplos reconocibles,
similitudes con su propia vida, sentimientos que es capaz de identificar como iguales
a los suyos.
Podemos decir que, en la literatura, el niño descubre una
metáfora de su propia vida.
Para concluir, un ejemplo doméstico:
Mi hijo, voraz lector de nueve años de edad, fue capaz de explicarme
claramente la inquietud y el desasosiego que le planteaba la relación con una
profesora de su colegio de la siguiente forma:
“Papá, es que la profe
es como el profesor Snape en la clase de pociones, y yo soy Harry Potter”.
¡Pero qué bonita reflexión... !!!!! :) Te la anoto como voluntaria. (Y qué penita me ha dado tu niño...)
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