lunes, 21 de octubre de 2013

LA LITERATURA COMO METÁFORA DE LA VIDA

LA LITERATURA COMO METÁFORA DE LA VIDA

En un mundo que, en muchos aspectos, resulta tan áridamente pragmático, no podemos más que plantearnos la siguiente pregunta:
¿Para qué sirve la literatura infantil?
¿Cuál es la función de esos libros tan monos, tan llenos de buenos sentimientos, de moralejas y enseñanzas, con sus dibujitos, sus formatos diversos y sus cuatricromías?
 Habría que hablar, en primer lugar, de ese concepto tan intangible que es la función poética o estética. Con la literatura el niño aprende a apreciar la belleza del lenguaje, su musicalidad, la relación simbiótica que pueden llegar a tener unas palabras con otras. Aprende, digamos, a jugar con la lengua, a moldearla, a cargarla de sentimientos, de colores, de temperaturas y, en definitiva, de vida. Igualmente está claro que los libros para niños estimulan la vista, y fomentan el desarrollo de la imaginación (aunque sobre este tema habría mucha tela que cortar). Además, y de un modo a veces menos obvio, sirven de vehículo a la perpetuación de los cánones y roles de la sociedad en la que se contextualizan. Así, hablaríamos también de una función socializadora.
Sin embargo, hay un aspecto que, en muchas ocasiones, nos pasa desapercibido: La literatura infantil es, y de un modo mucho más profundo y sólido de lo que podemos llegar a imaginar, un camino directo hacia la introspección. Es, quizás, la forma más amable y cálida que tiene un niño a la hora de construir un auto-concepto propio. Es decir, una manera de llegar a conocerse, de comprender quién es él y cuál es su lugar en el mundo. Además, es también a través de la literatura que el niño puede hallar respuestas a las difíciles preguntas que su integración en grupos más grandes y “hostiles” que la familia le plantea. En la literatura encuentra ejemplos reconocibles, similitudes con su propia vida, sentimientos que es capaz de identificar como iguales a los suyos.
Podemos decir que, en la literatura, el niño descubre una metáfora de su propia vida.
Para concluir, un ejemplo doméstico:
Mi hijo, voraz lector de nueve años de edad, fue capaz de explicarme claramente la inquietud y el desasosiego que le planteaba la relación con una profesora de su colegio de la siguiente forma:


Papá, es que la profe es como el profesor Snape en la clase de pociones, y yo soy Harry Potter”. 




1 comentario:

  1. ¡Pero qué bonita reflexión... !!!!! :) Te la anoto como voluntaria. (Y qué penita me ha dado tu niño...)

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