Lectura literaria y animación lectora
Antes de comenzar a reflexionar sobre este asunto, me
gustaría incluir las razones que algunos autores argumentar para leer. Advertir
que, en algún caso, el vocabulario utilizado no es muy apropiado para niños (aunque
sin la culminación práctica de ese vocablo en particular, los niños no vendráin
al mundo):
“La literatura nos devuelve la capacidad de sentir, hace que nuestro
corazón se llene de preguntas, es la voz del atrevimiento y del cuidado.”
Gustavo Martín Garzo
“Cuando lees a Homero, ves el mundo con los ojos de Homero. Cuando lees
a Shakespeare, ves el mundo con los ojos de Shakespeare. Leer es tener mil
ojos.”
Félix de Azua
“Las razones que yo encuentro para leer, son de entrada las mismas que
encuentro para follar o para comer jamón de jabugo. Si hay gente a la que no le
gusta follar ni comer jamón de jabugo, allá ellos. Leer literatura no sirve
absolutamente para nada, excepto para divertirse y para vivir más, si alguien
no quiere divertirse y se conforma con llevar la vida insuficiente que más o
menos llevamos todos, allá él.”
Javier Cercas
También me parece interesante compartir el argumentario de
Victoria Fernández, directora de la revista CLIC (Cuadernos de Literatura
Infantil y Juvenil):
Para vivir más
Para detener el tiempo
Para saber que estamos vivos
Para saber que no estamos solos
Para saber
Para aprender
Para aprender a pensar
Para descubrir el mundo
Para conocer otros mundos
Para conocer a los otros
Para conocernos a nosotros mismos
Para compartir un legado común
Para crear un mundo propio
Para reír
Para llorar
Para consolarnos
Para desterrar la melancolía
Para ser lo que no somos
Para no ser lo que somos
Para dudar
Para negar
Para afirmar
Para huir del ruido
Para combatir la fealdad
Para refugiarnos
Para evadirnos
Para imaginar
Para explorar
Para jugar
Para pasarlo bien
Para soñar
Para crecer
Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos, en primer lugar,
¿qué es leer?.
Además de descodificar un texto escrito, leer es comprender,
interpretar, inferir, descubrir, participar, sentir, vivir. Y este, de ningún
modo tiene que convertirse en una actividad rutinaria, encorsetada y
desagradable. Hay que conseguir que el niño se enfrente al libro no con miedo,
desgana o rechazo. Debe hacerlo vestido para el viaje, con la mochila del alma
bien abierta y con todas sus armas cargadas: la imaginación, la curiosidad, el
deseo de aventura, la piel fina y las lágrimas, la risa, el asombro y la
inocencia.
Sin embargo, y cuando hablamos de fomentar la lectura, de
promover el interés de los niños por la literatura, de ayudarles a apuntalar su
futuro como ávidos lectores, hemos de tener en cuenta algo muy importante: hay
que respetar su individualidad, sus intereses y sus gustos.
Para redundar en ello, aquí os dejo un curioso documento
ilustrado, en el que se reflejan los “derechos del lector”, propuestos por
Daniel Pennac:
“Derechos del lector” Daniel Pennac.
Una vez que tenemos esto claro, ya podemos centrarnos en las
actividades que creemos adecuadas para promover la lectura.
El primer objetivo que hay que plantearse es el de lograr
que surja en el niño el deseo lector.
Esto, como se indica en el módulo docente, se consigue en
varias etapas:
En primer lugar, tenemos que leer en voz alta cuentos a los
niños que aún no saben leer. Así conseguimos, además de introducirles en la
magia de la narración, hacerles partícipes del lenguaje como herramienta
lúdica. La música, el ritmo, la cadencia, los matices de la transmisión oral
construyen en el niño una paleta de colores en los que se mezcla la emotividad
con el uso de la lengua.
Además, durante la escucha del cuento, el niño aprende a
identificar el significante (la palabra) con el referente real de la misma (el
significado). Para esto, además de leerles, es también muy importante
mostrarles los libros, para que ellos vean las letras, las palabras y sobre
todo, las ilustraciones, ya que, en el niño preelector se produce un curioso
sistema de lectura visual, en el que verbalizan la concatenación de las
imágenes en forma narrativa.
También es interesante fomentar la frustración positiva en
el prelector. Un ejemplo de esto: cuando mi hija Lucía tenía tres años recién
cumplidos, y en fines de semana o en períodos festivos, solía enfadarse cuando
llegaba la hora de lectura (solía coincidir con la hora de la siesta, que a
ella no le gustaba nada). Decía que era un “rollo”, que ella no podía hacer
nada porque no sabía leer, cosa que sí sabíamos hacer sus padres y su hermano
mayor. Este hecho motivó que, a fuerza de realizar preguntas del estilo “¿qué
letra es esa?, ¿y esa otra?”, observando carteles callejeros y letreros
diversos, mi hija aprendiese a leer, ella sola, sin haber cumplido los cuatro
años. Y todo motivado por esa “envidia” lectora.
Jueguemos con las palabras, con las letras, y dejemos que
los niños utilicen el lenguaje a su manera. Ya habrá tiempo de enseñarles las
estructuras gramaticales o la supuesta “corrección” y “lógica” a la hora de
construir un texto.
Pero hemos de tener mucho cuidado con la didáctica a la hora
de llevar a cabo los procesos de ensañanza-aprendizaje de la lectoescritura.
Otro ejemplo: mi hijo Pablo “aprendió” a leer a los tres
años y medio mediante la técnica de silabeo. Consecuencias: odiaba la leer y,
eso de la lectura comprensiva, resultaba en su caso un término desconocido. Y
no porque se le diese mal (de hecho su profesora no sdecía en las tutorías que
era uno de los que mejor lo hacía de su clase). Afortunadamente, por esta y por
otras muchas razones, cambiamos a Pablo de colegio, y, partiendo de un sistema
en el que la palabra conformaba una entidad significativa, y en el que las
letras y las sílibas eran elementos de construcción lingüística, “reaprendió” a
leer y, ahora, devora los libros como si fuesen rosquillas (que también devora,
ya que sus apetitos son de lo más voraces).
Sin embargo hemos de mantener la atención para, después de
haber logrado el interés de los niños pequeños por la lectura, no perderlos por
el camino.
No podemos permitir que la lectura torne en una experiencia
árida e infertil. Para ello, como ya se ha señalado anteriormente, tenemos que
tener siempre presente el interés del lector, tanto a la hora de escoger las
temáticas como los contextos, tanto de código como de referente. Al convertir
la lectura en un acto lectivo, tenemos que esforzarnos para no perder lo
lúdico, lo misterioso y lo emotivo de la lectura. No podemos olvidar que la
asimilación de lo leído ha de producirse desde la emotividad, la afectividad y
la empatía.
En este sentido, me gustaría recuperar aquí una entrada
antigua que considero adecuada:
“En un mundo que, en muchos aspectos, resulta tan áridamente
pragmático, no podemos más que plantearnos la siguiente pregunta:
¿Para qué sirve la literatura infantil?
¿Cuál es la función de esos libros tan monos, tan llenos de buenos
sentimientos, de moralejas y enseñanzas, con sus dibujitos, sus formatos
diversos y sus cuatricromías?
Habría que hablar, en primer
lugar, de ese concepto tan intangible que es la función poética o estética. Con
la literatura el niño aprende a apreciar la belleza del lenguaje, su
musicalidad, la relación simbiótica que pueden llegar a tener unas palabras con
otras. Aprende, digamos, a jugar con la lengua, a moldearla, a cargarla de
sentimientos, de colores, de temperaturas y, en definitiva, de vida. Igualmente
está claro que los libros para niños estimulan la vista, y fomentan el
desarrollo de la imaginación (aunque sobre este tema habría mucha tela que
cortar). Además, y de un modo a veces menos obvio, sirven de vehículo a la
perpetuación de los cánones y roles de la sociedad en la que se contextualizan.
Así, hablaríamos también de una función socializadora.
Sin embargo, hay un aspecto que, en muchas ocasiones, nos pasa
desapercibido: La literatura infantil es, y de un modo mucho más profundo y
sólido de lo que podemos llegar a imaginar, un camino directo hacia la
introspección. Es, quizás, la forma más amable y cálida que tiene un niño a la
hora de construir un auto-concepto propio. Es decir, una manera de llegar a
conocerse, de comprender quién es él y cuál es su lugar en el mundo. Además, es
también a través de la literatura que el niño puede hallar respuestas a las
difíciles preguntas que su integración en grupos más grandes y “hostiles” que
la familia le plantea. En la literatura encuentra ejemplos reconocibles,
similitudes con su propia vida, sentimientos que es capaz de identificar como
iguales a los suyos.
Podemos decir que, en la literatura, el niño descubre una metáfora de
su propia vida.
Para concluir, un ejemplo doméstico:
Mi hijo, voraz lector de nueve años de edad, fue capaz de explicarme
claramente la inquietud y el desasosiego que le planteaba la relación con una
profesora de su colegio de la siguiente forma:
“Papá, es que la profe es como el profesor Snape en la clase de
pociones, y yo soy Harry Potter”.
Ahora, hablemos de actividades de animación a la lectura.
En este campo tengo que señalar que me siento realmente
cómodo, ya que llevo dedicado profesionalmente a ello desde 1997. Debido a la
naturaleza de mi labor profesional, las actividades llevadas a cabo por mi
(libro-forum, talleres, encuentros con autor, etc.) siempre han sido
posteriores a la lectura del libro así que, llegado el momento de hablar de
esas actividades, volveré sobre el tema.
Para comenzar, hay que distinguir entre actividades ANTES DE
LEER, DURANTE LA LECTURA y POSTERIORES A LA LECTURA.
A pesar de ser más joven e inexperto, el lector infantil
siente la misma curiosidad que el adulto, así que pensemos en lo que hacemos al
tener nuestro primer contacto con un libro determinado: leemos el título,
miramos la ilustración de la portada, leemos la pequeña sinopsis que aparece en
la cuarta de cubierta, abrimos sus páginas para echar un vistazo rápido… Y,
sobre todo, formulamos hipótesis y emitimos juicios de valor sobre lo que la
información disponible nos dice de la obra, del autor, de la editorial, etc.
Los niños hacen lo mismo, así que es interesante proponer
actividades para antes de leer relacionadas con este hecho: imaginar la
historia a partir del título; jugar, partiendo del título, a las historias
falsas; inventar historias cambiando palabras del título; cuentos de palabra;
etc.
También son interesantes otro tipo de actividades relacionadas
con el contexto en el que se desarrolla la obra, con el autor, con historias
que, partiendo de las hipótesis previas, pudieran tener que ver con la historia
que se va a leer, con los personajes que aparecen en las ilustraciones, etc.
Así mismo, hay una actividad que siempre he querido hacer; pero que nunca he
podido llevar a cabo, es la de, antes de mostrarles siquiera la portada o el
título, entregarles una copia de las ilustraciones, desordenadas, hacer que las
ordenen y que cuenten ellos mismos lo que creen que estan ilustrando (sería una
especie “mix” de rompecabezas, de creación literaria en un proceso inverso de
ilustración).
Además, y esta es una actividad muy sencilla, que he
comprobado en numerosas ocasiones resulta de lo más motivadora (hay que
reconocer que lo hice con intenciones puramente mercantilistas; pero es que hay
muchas facturas que pagar), es la de leer una o dos páginas de la historia y,
entonces, callar. Siendo muy prosaicos, “se vuelven locos”.
Hay muchas otras actividades a realizar, y no acabaríamos
nunca de enumerlas, así que pasemos a las que se realizan durante la lectura.
En primer lugar, el buen maestro tiene que estar pendiente
del proceso lector, ya que durante él pueden producirse “deserciones” y “bajas”. Y así, es muy difícil
que se llegue al objetivo principal: el PLACER DE LEER.
Como bien se dice en el módulo docente, estoy completamente
de acuerdo en que las actividades simultaneas a la lectura han de tener como
objetivo compartir la experiencia lectora, formular dudas y preguntas, y ser
capaces de generar relaciones de
emotividad y empatía hacia los personajes y sus peripecias.
En cuanto a las actividades para después de la lectura,
destacaremos que, al igual que lo que se pretende conseguir durante el proceso
lector, hay que entender la comprensión lectora como asimilación, auto
contextualización, autoconocimiento, aceptación del otro y capacidad de
empatizar y, de un modo general, como un hecho globalmente relacional.
Podemos señalar que, fundamentalmente, hay dos tipos de
actividades post-lectura: las relacionadas con la actividad de aula y las de
carácter externo (esto no quiere decir que tengan siempre que realizarse fuera
del aula).
Las primeras han de ser siempre cercanas al interés del
niño, contextualizadas en el entorno escolar; pero de carácter lúdico y, si es
posible, “excepcional” (no hagamos de ello una rutina ni un “rollo”, que los
niños estén nerviosos y excitados ante lo nuevo y lo inesperado). Podemos
proponer actividades como el cuento-rompecabezas; el juego del párrafo perdido;
las fichas de lectura (siempre desde su perspectiva, no como un formulario que
rellenar); las cartas de personajes; los juegos de viaje al interior del libro;
la proposición de nuevos finales alternativos; el desarrollo de historias
paralelas o de nuevos capítulos; etc. También se puede teatralizar parte del
texto; buscar una hipotética banda sonora para una también hipotética película
sobre el libro (esta sería una actividad relacionada con el área de música y
que busca el desarrollo emocional).
En cuanto a las actividades externas al aula (reiterar que pueden realizarse dentro del espacio físico; pero con elementos externos), hablamos de encuentros con autor o ilustrador (esta es la parte que yo domino), asistencia a versiones teatralizadas de los textos (también existe la posibilidad de hacer esto en el aula, en caso de hacerse mediante guiñoles, o en el salón de actos del centro, si la “intendencia” lo requiere), o, en línea con lo que ya he planteado en otros artículos, las “gymcanas literarias”.
Para finalizar, os dejo un par de vídeos en los que se me ve "animando" a los niños:
:) Se te ve de lo más "suelto"
ResponderEliminarPerfecto.