domingo, 12 de enero de 2014


Lectura literaria y animación lectora


Antes de comenzar a reflexionar sobre este asunto, me gustaría incluir las razones que algunos autores argumentar para leer. Advertir que, en algún caso, el vocabulario utilizado no es muy apropiado para niños (aunque sin la culminación práctica de ese vocablo en particular, los niños no vendráin al mundo):

“La literatura nos devuelve la capacidad de sentir, hace que nuestro corazón se llene de preguntas, es la voz del atrevimiento y del cuidado.”
Gustavo Martín Garzo

“Cuando lees a Homero, ves el mundo con los ojos de Homero. Cuando lees a Shakespeare, ves el mundo con los ojos de Shakespeare. Leer es tener mil ojos.”
Félix de Azua

“Las razones que yo encuentro para leer, son de entrada las mismas que encuentro para follar o para comer jamón de jabugo. Si hay gente a la que no le gusta follar ni comer jamón de jabugo, allá ellos. Leer literatura no sirve absolutamente para nada, excepto para divertirse y para vivir más, si alguien no quiere divertirse y se conforma con llevar la vida insuficiente que más o menos llevamos todos, allá él.”
Javier Cercas

También me parece interesante compartir el argumentario de Victoria Fernández, directora de la revista CLIC (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil):

Para vivir más
Para detener el tiempo
Para saber que estamos vivos
Para saber que no estamos solos
Para saber
Para aprender
Para aprender a pensar
Para descubrir el mundo
Para conocer otros mundos
Para conocer a los otros
Para conocernos a nosotros mismos
Para compartir un legado común
Para crear un mundo propio
Para reír
Para llorar
Para consolarnos
Para desterrar la melancolía
Para ser lo que no somos
Para no ser lo que somos
Para dudar
Para negar
Para afirmar
Para huir del ruido
Para combatir la fealdad
Para refugiarnos
Para evadirnos
Para imaginar
Para explorar
Para jugar
Para pasarlo bien
Para soñar
Para crecer

Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos, en primer lugar, ¿qué es leer?.
Además de descodificar un texto escrito, leer es comprender, interpretar, inferir, descubrir, participar, sentir, vivir. Y este, de ningún modo tiene que convertirse en una actividad rutinaria, encorsetada y desagradable. Hay que conseguir que el niño se enfrente al libro no con miedo, desgana o rechazo. Debe hacerlo vestido para el viaje, con la mochila del alma bien abierta y con todas sus armas cargadas: la imaginación, la curiosidad, el deseo de aventura, la piel fina y las lágrimas, la risa, el asombro y la inocencia.
Sin embargo, y cuando hablamos de fomentar la lectura, de promover el interés de los niños por la literatura, de ayudarles a apuntalar su futuro como ávidos lectores, hemos de tener en cuenta algo muy importante: hay que respetar su individualidad, sus intereses y sus gustos.
Para redundar en ello, aquí os dejo un curioso documento ilustrado, en el que se reflejan los “derechos del lector”, propuestos por Daniel Pennac:





“Derechos del lector” Daniel Pennac.




Una vez que tenemos esto claro, ya podemos centrarnos en las actividades que creemos adecuadas para promover la lectura.
El primer objetivo que hay que plantearse es el de lograr que surja en el niño el deseo lector.
Esto, como se indica en el módulo docente, se consigue en varias etapas:
En primer lugar, tenemos que leer en voz alta cuentos a los niños que aún no saben leer. Así conseguimos, además de introducirles en la magia de la narración, hacerles partícipes del lenguaje como herramienta lúdica. La música, el ritmo, la cadencia, los matices de la transmisión oral construyen en el niño una paleta de colores en los que se mezcla la emotividad con el uso de la lengua.
Además, durante la escucha del cuento, el niño aprende a identificar el significante (la palabra) con el referente real de la misma (el significado). Para esto, además de leerles, es también muy importante mostrarles los libros, para que ellos vean las letras, las palabras y sobre todo, las ilustraciones, ya que, en el niño preelector se produce un curioso sistema de lectura visual, en el que verbalizan la concatenación de las imágenes en forma narrativa.
También es interesante fomentar la frustración positiva en el prelector. Un ejemplo de esto: cuando mi hija Lucía tenía tres años recién cumplidos, y en fines de semana o en períodos festivos, solía enfadarse cuando llegaba la hora de lectura (solía coincidir con la hora de la siesta, que a ella no le gustaba nada). Decía que era un “rollo”, que ella no podía hacer nada porque no sabía leer, cosa que sí sabíamos hacer sus padres y su hermano mayor. Este hecho motivó que, a fuerza de realizar preguntas del estilo “¿qué letra es esa?, ¿y esa otra?”, observando carteles callejeros y letreros diversos, mi hija aprendiese a leer, ella sola, sin haber cumplido los cuatro años. Y todo motivado por esa “envidia” lectora.
Jueguemos con las palabras, con las letras, y dejemos que los niños utilicen el lenguaje a su manera. Ya habrá tiempo de enseñarles las estructuras gramaticales o la supuesta “corrección” y “lógica” a la hora de construir un texto.
Pero hemos de tener mucho cuidado con la didáctica a la hora de llevar a cabo los procesos de ensañanza-aprendizaje de la lectoescritura.
Otro ejemplo: mi hijo Pablo “aprendió” a leer a los tres años y medio mediante la técnica de silabeo. Consecuencias: odiaba la leer y, eso de la lectura comprensiva, resultaba en su caso un término desconocido. Y no porque se le diese mal (de hecho su profesora no sdecía en las tutorías que era uno de los que mejor lo hacía de su clase). Afortunadamente, por esta y por otras muchas razones, cambiamos a Pablo de colegio, y, partiendo de un sistema en el que la palabra conformaba una entidad significativa, y en el que las letras y las sílibas eran elementos de construcción lingüística, “reaprendió” a leer y, ahora, devora los libros como si fuesen rosquillas (que también devora, ya que sus apetitos son de lo más voraces).
Sin embargo hemos de mantener la atención para, después de haber logrado el interés de los niños pequeños por la lectura, no perderlos por el camino.
No podemos permitir que la lectura torne en una experiencia árida e infertil. Para ello, como ya se ha señalado anteriormente, tenemos que tener siempre presente el interés del lector, tanto a la hora de escoger las temáticas como los contextos, tanto de código como de referente. Al convertir la lectura en un acto lectivo, tenemos que esforzarnos para no perder lo lúdico, lo misterioso y lo emotivo de la lectura. No podemos olvidar que la asimilación de lo leído ha de producirse desde la emotividad, la afectividad y la empatía.
En este sentido, me gustaría recuperar aquí una entrada antigua que considero adecuada:

“En un mundo que, en muchos aspectos, resulta tan áridamente pragmático, no podemos más que plantearnos la siguiente pregunta:
¿Para qué sirve la literatura infantil?
¿Cuál es la función de esos libros tan monos, tan llenos de buenos sentimientos, de moralejas y enseñanzas, con sus dibujitos, sus formatos diversos y sus cuatricromías?
 Habría que hablar, en primer lugar, de ese concepto tan intangible que es la función poética o estética. Con la literatura el niño aprende a apreciar la belleza del lenguaje, su musicalidad, la relación simbiótica que pueden llegar a tener unas palabras con otras. Aprende, digamos, a jugar con la lengua, a moldearla, a cargarla de sentimientos, de colores, de temperaturas y, en definitiva, de vida. Igualmente está claro que los libros para niños estimulan la vista, y fomentan el desarrollo de la imaginación (aunque sobre este tema habría mucha tela que cortar). Además, y de un modo a veces menos obvio, sirven de vehículo a la perpetuación de los cánones y roles de la sociedad en la que se contextualizan. Así, hablaríamos también de una función socializadora.
Sin embargo, hay un aspecto que, en muchas ocasiones, nos pasa desapercibido: La literatura infantil es, y de un modo mucho más profundo y sólido de lo que podemos llegar a imaginar, un camino directo hacia la introspección. Es, quizás, la forma más amable y cálida que tiene un niño a la hora de construir un auto-concepto propio. Es decir, una manera de llegar a conocerse, de comprender quién es él y cuál es su lugar en el mundo. Además, es también a través de la literatura que el niño puede hallar respuestas a las difíciles preguntas que su integración en grupos más grandes y “hostiles” que la familia le plantea. En la literatura encuentra ejemplos reconocibles, similitudes con su propia vida, sentimientos que es capaz de identificar como iguales a los suyos.
Podemos decir que, en la literatura, el niño descubre una metáfora de su propia vida.
Para concluir, un ejemplo doméstico:
Mi hijo, voraz lector de nueve años de edad, fue capaz de explicarme claramente la inquietud y el desasosiego que le planteaba la relación con una profesora de su colegio de la siguiente forma:
“Papá, es que la profe es como el profesor Snape en la clase de pociones, y yo soy Harry Potter”.


Ahora, hablemos de actividades de animación a la lectura.

En este campo tengo que señalar que me siento realmente cómodo, ya que llevo dedicado profesionalmente a ello desde 1997. Debido a la naturaleza de mi labor profesional, las actividades llevadas a cabo por mi (libro-forum, talleres, encuentros con autor, etc.) siempre han sido posteriores a la lectura del libro así que, llegado el momento de hablar de esas actividades, volveré sobre el tema.
Para comenzar, hay que distinguir entre actividades ANTES DE LEER, DURANTE LA LECTURA y POSTERIORES A LA LECTURA.

A pesar de ser más joven e inexperto, el lector infantil siente la misma curiosidad que el adulto, así que pensemos en lo que hacemos al tener nuestro primer contacto con un libro determinado: leemos el título, miramos la ilustración de la portada, leemos la pequeña sinopsis que aparece en la cuarta de cubierta, abrimos sus páginas para echar un vistazo rápido… Y, sobre todo, formulamos hipótesis y emitimos juicios de valor sobre lo que la información disponible nos dice de la obra, del autor, de la editorial, etc.
Los niños hacen lo mismo, así que es interesante proponer actividades para antes de leer relacionadas con este hecho: imaginar la historia a partir del título; jugar, partiendo del título, a las historias falsas; inventar historias cambiando palabras del título; cuentos de palabra; etc.
También son interesantes otro tipo de actividades relacionadas con el contexto en el que se desarrolla la obra, con el autor, con historias que, partiendo de las hipótesis previas, pudieran tener que ver con la historia que se va a leer, con los personajes que aparecen en las ilustraciones, etc. Así mismo, hay una actividad que siempre he querido hacer; pero que nunca he podido llevar a cabo, es la de, antes de mostrarles siquiera la portada o el título, entregarles una copia de las ilustraciones, desordenadas, hacer que las ordenen y que cuenten ellos mismos lo que creen que estan ilustrando (sería una especie “mix” de rompecabezas, de creación literaria en un proceso inverso de ilustración).
Además, y esta es una actividad muy sencilla, que he comprobado en numerosas ocasiones resulta de lo más motivadora (hay que reconocer que lo hice con intenciones puramente mercantilistas; pero es que hay muchas facturas que pagar), es la de leer una o dos páginas de la historia y, entonces, callar. Siendo muy prosaicos, “se vuelven locos”.  
Hay muchas otras actividades a realizar, y no acabaríamos nunca de enumerlas, así que pasemos a las que se realizan durante la lectura.
En primer lugar, el buen maestro tiene que estar pendiente del proceso lector, ya que durante él pueden producirse  “deserciones” y “bajas”. Y así, es muy difícil que se llegue al objetivo principal: el PLACER DE LEER.
Como bien se dice en el módulo docente, estoy completamente de acuerdo en que las actividades simultaneas a la lectura han de tener como objetivo compartir la experiencia lectora, formular dudas y preguntas, y ser capaces de  generar relaciones de emotividad y empatía hacia los personajes y sus peripecias.
En cuanto a las actividades para después de la lectura, destacaremos que, al igual que lo que se pretende conseguir durante el proceso lector, hay que entender la comprensión lectora como asimilación, auto contextualización, autoconocimiento, aceptación del otro y capacidad de empatizar y, de un modo general, como un hecho globalmente relacional.
Podemos señalar que, fundamentalmente, hay dos tipos de actividades post-lectura: las relacionadas con la actividad de aula y las de carácter externo (esto no quiere decir que tengan siempre que realizarse fuera del aula).
Las primeras han de ser siempre cercanas al interés del niño, contextualizadas en el entorno escolar; pero de carácter lúdico y, si es posible, “excepcional” (no hagamos de ello una rutina ni un “rollo”, que los niños estén nerviosos y excitados ante lo nuevo y lo inesperado). Podemos proponer actividades como el cuento-rompecabezas; el juego del párrafo perdido; las fichas de lectura (siempre desde su perspectiva, no como un formulario que rellenar); las cartas de personajes; los juegos de viaje al interior del libro; la proposición de nuevos finales alternativos; el desarrollo de historias paralelas o de nuevos capítulos; etc. También se puede teatralizar parte del texto; buscar una hipotética banda sonora para una también hipotética película sobre el libro (esta sería una actividad relacionada con el área de música y que busca el desarrollo emocional).

En cuanto a las actividades externas al aula (reiterar que pueden realizarse dentro del espacio físico; pero con elementos externos), hablamos de encuentros con autor o ilustrador (esta es la parte que yo domino), asistencia a versiones teatralizadas de los textos (también existe la posibilidad de hacer esto en el aula, en caso de hacerse mediante guiñoles, o en el salón de actos del centro, si la “intendencia” lo requiere), o, en línea con lo que ya he planteado en otros artículos, las “gymcanas literarias”.

Para finalizar, os dejo un par de vídeos en los que se me ve "animando" a los niños:





1 comentario: